Generación del 37 y del 80

 Para poner un poco de contexto histórico, esto es lo que pasó en Argentina en la generación del 37 y del 80:

La Generación del ’37 es considerada como el primer movimiento intelectual rioplatense cuyo propósito fue teorizar sobre la realidad argentina y que enfatizó sobre la necesidad de construir una identidad nacional. Sus integrantes más reconocidos son: Esteban Echeverría (líder e inspirador del agrupamiento), Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López, José Mármol y Félix Frías. El movimiento inició con la creación del Salón Literario en 1837, de esta fecha proviene el nombre brindado a esta generación,  y su ideología, ligada al romanticismo, alcanzó la hegemonía cultural hasta que fue desplazada por otras tendencias hacia 1880.

Esta generación era heredera del proyecto educativo rivadaviano, ya que la mayoría de sus integrantes habían estudiado en el establecimiento, estatal y laico, Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires (transformado durante el periodo ministerial de Rivadavia). Posteriormente, se nuclearon en el Salón Literario con asiento en la librería de Marcos Sastre. Allí se proponen como un espacio de pensamiento, un ámbito de lecturas, discusiones y sociabilidad  donde se elaboran interpretaciones y proyectos, bajo la expectativa de ser recibidas por los detentores del poder político y económico de la región. Se trata de un grupo que dialoga principalmente con la tradición intelectual-literaria francesa y que tiene fuertes influencias del romanticismo europeo. Para ser más exactos, casi todas las referencias a otras literaturas están mediadas por las traducciones francesas. Por ejemplo, Echeverría lee a Byron en francés, también Sarmiento cita a Shakespeare en francés.

La clase dirigente que acompaña el proceso de modernización en el que el progreso económico y la organización política provocan el surgimiento de una nueva sociedad, es la denominada Generación del ’80. En ella se destacan personalidades de distinta edad y formación como Paul Groussac, Miguel Cané, Eduardo Wilde, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña y Joaquín V. González.

La idea de progreso en el campo social junto a la fe en los avances del capitalismo industrial generan una visión optimista del futuro humano.

Esta visión, propia del positivismo requiere para su realización eliminar los obstáculos que, para los hombres del ’80, son principalmente la tradición tanto indígena como hispánica y la falta de educación al estilo europeo.

Los hombres de esta generación se caracterizaron por heredar y compartir muchos de los pensamientos y aspiraciones de la generación del 37, como el de que sólo la clase letrada es la poseedora del derecho a conducir el país y la adhesión al pensamiento liberal. El liberalismo sostuvo la fe en el progreso y la creencia en que el desarrollo económico sólo se alcanzaría mediante el juego libre de las fuerzas comerciales y con gobiernos limitados a respetar la libertad individual.

Fueron discípulos del pensamiento de Juan Bautista Alberdi y Herbert Spencer. Para Juan B. Alberdi (1818-84), consolidada definitivamente la unidad del país, había que «civilizarlo», y los dos pilares básicos del desarrollo eran para éste y sus discípulos ideológicos, la mano de obra y el capital extranjero. Los hombres del 80, esencialmente políticos y no teóricos, hicieron suyos estos postulados que, prácticamente eran los que habían dominado los últimos veinte años.

El positivismo representò la vanguardia ideológica de una burguesía identificada con el avance sostenido de la ciencia y de la técnica, como forma de desarrollar las fuerzas productivas y de terminar con las secuelas de la «barbarie» tanto en el orden material como el cultural. La «utopía» positivista apuntaba a configurar sociedades previsibles en las cuales los individuos estuvieran absolutamente absorbidos por el poder.

De esa preferencia por lo previsible, tomaba fuerza la idea de suprimir la «política», identificada con el caudillismo, la confrontación violenta y en general la aparición de tendencias orientadas a suplantar al sector que ejercía el poder. Se pensaba en su reemplazo por la «administración», una actividad regular, con rasgos «científicos», legitimada por la posesión de un saber sobre el bien de la sociedad nacional que abrevara en los grandes derroteros de la «civilización» y consolidara un progreso tan lineal corno indefinido en su duración. Burócratas serenos, imbuidos de soluciones a-valorativas, tomadas después de un estudio desapasionado de cada cuestión de la agenda pública, eran el modelo de «administradores» que debían reemplazar a los «políticos» de una época superada.


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